Post by kaileena on Nov 13, 2018 13:45:49 GMT 1
Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Retoñarán aladas de mi savia sin otoño.
Reliquias de mi cuerpo
que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
.:ᴛᴜɴᴇ:.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Retoñarán aladas de mi savia sin otoño.
Reliquias de mi cuerpo
que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
.:ᴛᴜɴᴇ:.
La apariencia de esta gentil concuerda casi por completo con su raza base, la de los silvanos. La piel es tersa e impoluta, como todos los elfos, guardando una tonalidad olivácea propia de los suyos. El cabello también es de un color verde intenso, heredado de su padre, y ha sido siempre su motivo de mayor orgullo al permitirle camuflarse en el bosque mejor que otros de sus congéneres. Labios prietos y de color rosado con toques anaranjados culminan el atractivo de una elfa que quizá en otras circunstancias resultaría hermosa a la vista. Después de todo, ¿qué elfo no lo es? No obstante, la prueba de su mestizaje radica en otras nimiedades que se perciben conforme se la observa fijamente. Su nariz no es del todo recta, estando el puente más curvado al estilo aguileño propio de los salvajes. Sus ojos, además, son de un intenso y profundo color negro que destaca por la tonalidad de su piel y hace que su mirada sea más fría e inquietante de lo que debería. Alta y espigada como los elfos silvanos, sus músculos guardan sin embargo la ferocidad de los salvajes, estando su vientre y sus bíceps notoriamente marcados a la vista del que pueda verlos y delatando que esta mujer elfa es de todo, menos frágil, y que además aprovecha sus cualidades y las incentiva con una dura vida de entrenamientos que rara vez cesan. A pesar de su fuerza física, la mayor virtud de esta fémina es la destreza. Los que la ven notan rápidamente en ella una rapidez y eficacia propia de los felinos, ganándose su nombre de pila a cuenta de ello, ya que los suyos solían decir de ella que parecía más pantera que elfa. La habilidad con la que se mueve por los árboles o con la que corre en la espesura ha conseguido despertar incluso la envidia (unas veces más sana que otras) de los demás silvanos. Algunos la contemplan como uno de esos prodigios que nacen cada mucho tiempo, mientras que otros menos honestos se dejan llevar por los celos y la menosprecian por su origen "impuro". Independientemente de la ocasión, gusta de vestir los colores propios de la naturaleza en el ambiente en el que se encuentre, dado que se siente más segura al ser capaz de ocultarse mejor de la vista de posibles intrusos.
Un puente entre dos mundos concordaría con la personalidad de Kymara. Desde que nació ha tenido que sufrir las miradas de recelo, suspicacia o desprecio de otros elfos que se creían más puros que ella por pertenecer a estirpes mucho más valoradas en la sociedad élfica. Aunque de pequeña lloró más de una vez por sentirse sola o diferente, con el tiempo aprendió a ignorar los desprecios y hacerse mucho más fuerte mentalmente. Creció con los valores de arquería inculcados por su padre, también silvano como ella, y con una disciplina militar férrea y exigente. Aunque podría haber iniciado su andadura en las filas del ejército élfico, Kymara se negó, puesto que no quería conseguir nada únicamente porque su padre pagase o pidiese favores para ello, sino porque realmente lo mereciera. Su corazón es fuerte y decidido. No consiente que se cometan injusticias frente a ella, y está dispuesta a luchar para erradicar cada atisbo de mal que aflija al mundo de Theia. No cree en protocolos ni leyes absurdas que después pueden ser violentadas por la flaca voluntad de los hombres. Actúa según lo que cree en el momento y lugar que considera oportunos y sin importarle las repercusiones que esto pueda tener después. A pesar de su edad, conserva una sabiduría e inteligencia mayores a lo esperado. Es avispada, se da cuenta rápidamente de las cosas y sabe trazar con rapidez un plan de contingencia o de escape, dándosele bien la estrategia. No obstante sigue siendo joven dentro de los parámetros de su raza y a veces se comporta de forma impulsiva o inconsciente si la rabia enajena su mente. Por desgracia, a pesar de su buen fondo, no se le da demasiado bien el trato directo con la gente. Los años de soledad e introspección han ocasionado que Kymara rehuya el conflicto y el contacto cercano con otros. Cuando intenta comunicarse, puede resultar demasiado fría, ruda o incómoda, incluso cuando lo hace con buena intención. Sobra decir que por desgracia no cuenta con muchas amistades, si es que tiene alguna, y es tan despistada con el trato social que seguramente las descuidase en caso de tenerlas y regresase meses después como si no hubiera pasado nada. Ni qué decir que resulta totalmente inverosímil imaginársela con un amante, si ya de por sí le cuesta entablar amistad o relación cordial.
La historia de esta elfa comenzó en los Bosques de la Inmesidad, hace ya ciento veintiocho años. Su nacimiento despertó un revuelo familiar especialmente dramático e incómodo, dado que su padre había rechazado unirse en matrimonio (o el concepto de matrimonio de los elfos) con otra mujer de su misma estirpe, la silvana. En su lugar escogió desposar a una salvaje que había conocido durante sus viajes de exploración y de la cual no sólo se había enamorado, sino que también había dejado encinta. A pesar de varios intentos de soborno por parte de sus familiares para que se olvidara de ella y encauzase su vida con la silvana, este elfo se negó en rotundo y escogió responsabilizarse por lo que había hecho y la mujer que realmente amaba. La insólita pareja debió desplazarse a la espesura y aprender a vivir por sí solos de lo que la naturaleza tenía que ofrecerles. La criatura nació meses después, aunque respetando los ritos salvajes, no le pusieron nombre hasta conocer cómo se desarrollaría su personalidad y cómo sería el futuro que le deparase el destino. La niña no fue apreciada por los familiares de ninguno de sus progenitores. En la familia materna la veían como una extraña, una extranjera que parecía a todas luces una silvana y carecía del misticismo propio de los salvajes. Para su familia paterna, no obstante, no pasaba desapercibido el brillo animal de sus ojos negros y la veían como una aberración, una salvaje incapaz de adaptarse a ninguna sociedad ni agrupación estable y con reglas. De los solares es mejor no decir nada; incluso ya de pequeña, Kymara procuraba alejarse de ellos. Después de todo no le tocaban nada más que las narices cada vez que debía toparse con alguno.
Fue a muy temprana edad, siendo aún una cría, cuando despertó el interés del capitán de la guardia para la que patrullaba su padre. El viejo elfo percibió las dotes de sigilo y rastreo de la chiquilla y auguró que tendría un gran futuro como centinela del pueblo élfico. Además, como aventuró más tarde, la niña también tenía dotes para la magia, sin duda heredadas del pueblo de su madre. Tras comentárselo a sus padres, estos decidieron inscribirla en la escuela marcial para que le enseñasen todo cuanto pudiesen. Sin embargo, el espíritu indómito de Kymara ocasionó más mal que bien. La chiquilla se saltaba las clases con regularidad porque se aburría demasiado y no le gustaba tener que quedarse encerrada en un aula durante horas, sin hacer nada más que sentarse y tomar notas de cosas que ya sabía o que podían aprenderse de otra forma. Más de una vez se perdió en el bosque a propósito para fingir que iba a clases, regresando después de unas horas y obviamente acabando castigada por sus padres. Esta actitud rebelde provocó que los generales no estuviesen muy conformes con el ingreso de Kymara en la guardia a pesar de que había pasado sus pruebas con éxito. Su padre estuvo dispuesto a pagar y cobrar favores a cambio de que la alistasen, pero Kymara se negó en rotundo. Sabía muy bien que su mestizaje era motivo de desprecio para muchos elfos de la sociedad, y no quería que la aceptasen en ninguna parte por medios intrigantes, sino porque verdaderamente lo mereciese.
Fue esto el detonante de su emigración. Cansada de burlas y sabiendo que si quería un futuro tendría que buscárselo ella misma, Kymara hizo el petate, preparó el arco que le regaló su padre como despedida y emprendió un viaje que aún dura a día de hoy. Abandonó el Bosque de la Inmensidad para hacerse a la vida de aventurera, mejorar aún más sus habilidades y demostrar a su pueblo que no tenía nada que rogar, y que mucho menos hincaría la rodilla ante nadie para conseguir algo que le pertenecía por derecho de nacimiento y pericia propia. Aunque hace sus viajes sola, es muy posible ver a sus padres acudiendo a verla de vez en cuando. Especialmente su madre, que aprovecha las batidas y expediciones de su marido para visitar a la joven Kymara y saber de sus aventuras en el mundo de los humanos.
Fue a muy temprana edad, siendo aún una cría, cuando despertó el interés del capitán de la guardia para la que patrullaba su padre. El viejo elfo percibió las dotes de sigilo y rastreo de la chiquilla y auguró que tendría un gran futuro como centinela del pueblo élfico. Además, como aventuró más tarde, la niña también tenía dotes para la magia, sin duda heredadas del pueblo de su madre. Tras comentárselo a sus padres, estos decidieron inscribirla en la escuela marcial para que le enseñasen todo cuanto pudiesen. Sin embargo, el espíritu indómito de Kymara ocasionó más mal que bien. La chiquilla se saltaba las clases con regularidad porque se aburría demasiado y no le gustaba tener que quedarse encerrada en un aula durante horas, sin hacer nada más que sentarse y tomar notas de cosas que ya sabía o que podían aprenderse de otra forma. Más de una vez se perdió en el bosque a propósito para fingir que iba a clases, regresando después de unas horas y obviamente acabando castigada por sus padres. Esta actitud rebelde provocó que los generales no estuviesen muy conformes con el ingreso de Kymara en la guardia a pesar de que había pasado sus pruebas con éxito. Su padre estuvo dispuesto a pagar y cobrar favores a cambio de que la alistasen, pero Kymara se negó en rotundo. Sabía muy bien que su mestizaje era motivo de desprecio para muchos elfos de la sociedad, y no quería que la aceptasen en ninguna parte por medios intrigantes, sino porque verdaderamente lo mereciese.
Fue esto el detonante de su emigración. Cansada de burlas y sabiendo que si quería un futuro tendría que buscárselo ella misma, Kymara hizo el petate, preparó el arco que le regaló su padre como despedida y emprendió un viaje que aún dura a día de hoy. Abandonó el Bosque de la Inmensidad para hacerse a la vida de aventurera, mejorar aún más sus habilidades y demostrar a su pueblo que no tenía nada que rogar, y que mucho menos hincaría la rodilla ante nadie para conseguir algo que le pertenecía por derecho de nacimiento y pericia propia. Aunque hace sus viajes sola, es muy posible ver a sus padres acudiendo a verla de vez en cuando. Especialmente su madre, que aprovecha las batidas y expediciones de su marido para visitar a la joven Kymara y saber de sus aventuras en el mundo de los humanos.