Post by johndoe on Aug 28, 2019 12:33:44 GMT 1
La Chica de los Cerdos
Verónica es una chica sencilla y amable. Aún no ha superado su complejo, y por dentro sigue siendo una gorda. Antes, su hinchada cara rosada y el hecho de ser hija de un porquero le merecieron un mote. Se lo dieron en su aldea, Talar: era Vegy "la puerca". Los niños pueden llegar a ser crueles y poco imaginativos. Ahora, Verónica, es una muchachita en edad de casarse y la cosa es muy diferente. Su cuerpo fofo y arcilloso ha sido moldeado por una alfarera de primera categoría: la adolescencia. Ahora es un jarrón sugerente, lleno de flores de un blanco puro. Pero, como ya he dicho, por dentro Vegy sigue siendo una gorda.
La vida de Verónica ha sido bastante sosa. Sí, es cierto que ha habido eventos reseñables, como la llegada de la ola de trasgos que arrasó Talar de la misma forma que los niños crueles arrasaron su autoestima. Debido al ataque, Vegy perdió a una madre que no esperaba nada de ella, y a un padre que nunca la miró. O, también, como su estancia en Bayas-rathu, una ciudad que la acogió con desprecio y que se llevó lo último que le quedaba: Brenham, su hermano mayor. Él era el único que la había tratado con cariño. Pero un día decidió que unirse a la milicia, para defender la ciudad, era más importante que ella. A Verónica eso le entristeció y le enfadó; se sintió traicionada. Aunque eso nunca pudo llegar a decírselo. De todas formas, para ella todo seguía siendo gris. Ni blanco, ni negro.
Ahora Verónica vive en El Cruce y ya nadie recuerda a Vegy "la puerca". Sigue siendo tímida y algo ingenua. Esto la hace un blanco fácil para hombres de mala vida. A Verónica no le importa, al menos ahora alguien la mira. Y le basta, aunque a la mañana siguiente se vayan para no volver. Se conforma, aunque pase semana si y semana no llorando en la "Bola y Cadena" entre jarras de cerveza. Ella no se queja, aunque haya tenido que sacrificar por completo su inocencia.
Al principio Verónica vivía en las afueras, ayudaba al porquero local y a cambio él y su familia la dejaban quedarse en el ático. Pero no lo soportó durante mucho tiempo. Es verdad que era lo único que sabía hacer, pero lo cierto es que los cerdos siempre le habían aterrorizado. Sus relinchos asfixiantes, la forma en la que se rebozaban en el lodo, el ansia con la que comían... Le recordaban cosas que no le gustaban. Le recordaban a Vegy, le recordaban a la masacre de Talar, y ahora le recordaban que estaba sola aunque siempre hubiera un hombre en su cama. Había querido dejarlo desde el día en que durmió en el ático por primera vez, pero Verónica nunca se había atrevido a tomar una decisión en su vida. Y entonces conoció a los Hamrleiff.
Trisha Hamrleiff era una mujer agradable y apasionada, al igual que Verónica, venía de Bayas-rathu y se dedicaba a trabajar el cuero junto con su marido, Orvar Hamrleiff, otro refugiado. Orvar Hamrleiff era el típico hombre nórdico, fornido, de cabellera larga y barba frondosa. Verónica lo conoció en la posada en una de sus noches de lágrimas. Al principio Verónica había pensado que él sería el siguiente en meterse entre sus sábanas, pero Orvar se limitó a hacerle compañía y a escucharla, sin decir nada. Hacía tiempo que nadie la escuchaba sin pedir nada a cambio, así que Verónica no pudo evitar desparramar todo su mundo gris sobre él. Al terminar Orvar le dijo: "Eres una mujer hermosa, no necesitas pasar por esto, cualquier hombre se pelearía por ti, es sólo que aún no lo sabes. Y con respecto a la porqueriza... ¿Por qué sigues allí si no te gusta? Seguro que tienes muchas habilidades que nunca has puesto a prueba. El fuerte es aquel que sabe aguantar y aguantar, y llegado el momento sabe usar todo lo que tiene para tomar lo que es suyo". Por alguna razón esas palabras abrieron los ojos de Verónica, y cuando las lágrimas cesaron, por fin pudo ver un poco de color en el mundo que le rodeaba. Además, ese día, Orvar le dijo antes de marchar: "Ya has aguantado suficiente. Si por fin te decides a tomar tu lanza para cazar lo que es tuyo, ven a casa conmigo y con mi mujer y te daremos trabajo". Al día siguiente, por primera vez Verónica tomó una decisión. Se disculpó con el porquero, tomó sus cosas y fue a casa de los Hamrleiff.
Ahora, Verónica vive con ellos y las cosas le van bien. Orvar se ha convertido en el padre que nunca tuvo, y Trisha es su mejor amiga, una guía y una mentora, le enseña todo lo que hay que saber para trabajar el cuero y ha empezado a ser bastante buena en ello. Sobre todo haciendo botas. Verónica ha empezado a valorarse, ya no pasa las noches entre desconocidos, ni las semanas llorando en la posada. Ahora es coqueta y es ella la que tiene la correa por el mango. Ha conocido a otra gente como ella y se siente arropada. Por las noches se reúnen y rezan, se dan fuerzas unos a otros. Junto a ellos se siente fuerte. Junto a ellos puede cualquier cosa. Es por eso que ya no necesita nada.
Han pasado ya seis meses y se acerca la estación fría. Desde los últimos tres, Verónica, se ha aventurado a participar en partidas de caza, junto con algunos jóvenes del círculo. Ahora, más que nunca, la carne es necesaria. Al principio tenía algo de miedo. "¿Y si aparece una bestia salvaje?", se preguntaba. Pero estaba con el resto, así que se animó. La primera vez que se cubrió el cuerpo casi desnudo con barro y pinturas, se sintió bien. La primera vez que empuñó la lanza y el arco, se sintió poderosa. La primera vez que disfrutó del sabor de una presa que ella misma había cazado, se sintió libre. Verónica era ahora otra cazadora más de la manada.
Hace ya un mes y medio que Verónica queda con un hombre. No es como los de antes, no, Randall es diferente. Es cierto que, como el resto, Randall era un hombre de mala vida. Él mismo lo reconoció. Dijo que se arrepentía de algunas cosas que había hecho, pero que quería cambiar. Verónica lo entendía, sabía lo que era tocar fondo. Pero ahora ella es fuerte y tampoco teme a los hombres de mala vida. Las primeras semanas sólo charlaron un par de veces en la "Bola y cadenas". La segunda él hacía por verla, y eso le gustaba. Y en la tercera, Verónica había desarrollado cierto gusto por jugar con él. A veces quedaban hasta altas horas en la colina detrás del cuartel para ver las estrellas, otros días Verónica lo hacía esperar o le plantaba para burlarse de él al día siguiente. Pero Randall era un buen tipo, quizá demasiado. Los hombres así terminan siendo tontos, débiles. Así que Verónica decidió que le hablaría sobre las gentes del círculo. Quería hacerlo un hombre fuerte. Él había dicho que quería cambiar, así que ella lo ayudaría a cambiar. Seguro que si participaba en las cacerías del círculo lo entendería. Verónica ya no necesitaba nada más estando con ellos. El oro que ganaba se lo daba, la ropa que le sobraba también. Ser parte de ellos era suficiente, era cómodo. No había que pensar, no había que preocuparse de volver a ser abandonada. Podía ser alguien, hacer algo grande. Quería que ese hombre miserable y débil lo comprendiese, que viese la misma grandeza y libertad que ella vio. Esa noche quedaron y bebieron. Verónica le contó, él parecía interesado así que no pudo evitar presumir un poco. Le habló de la primera experiencia cazando, el éxtasis. También sobre sus compañeros de la manada. Verónica sabía que ya lo tenía, que todo el tiempo que había aguantado y jugado con él valía la pena; ya lo había cazado. Al final de la noche quedaron que a la mañana siguiente, temprano, se verían para ir de cacería. Esa noche se despidieron con un beso, el primero... Pero también fue el último.
Al alba, Randall no apareció. Verónica estaba rabiosa, esperando junto al árbol donde habían prometido verse para tontear un poco antes de irse juntos para unirse a la manada. Pero el sol se levantó y Randall daba signos de vida. La habían vuelto a traicionar. Igual que su padre, igual que su hermano. Randall era igual que todos. No podía esperar mucho más, así que Verónica fue al lugar en el que había quedado la manada. Ella había prometido traerles a alguien, así que tuvo que mentir y decirles que había enfermado, que le traería en otro momento. Avergonzada y cada vez más furiosa, Verónica cazó con una furia colérica. La presa era un jabalí enorme. Verónica se lanzó sobre él sin cuidado ninguno y le dio muerte a costa de una herida en el muslo que la dejaría cojeando por el resto del día. Cuando sus compañeros fueron a reprocharle su temeridad ella replicó que si querían convertirse en unos debiluchos fueran al templo de Kord, que seguro que el clérigo usurpador les daría cobijo. Y al que se atrevió a replicarle, Verónica le dio tal paliza que el acobardó al resto. Prácticamente envuelta en llamas de ira volvió a la ciudad.
Una vez en la "Bola y cadenas" Verónica buscó a Randall en cada rincón, con el aspecto de una loba a punto de devorar un cordero. Pero cuando preguntó al posadero, todo ese fuego se extinguió de golpe. "¿Randall? No conozco a ningún Randall". Al principio pensó que era sólo una broma, eso quiso pensar. Pero el silencio y la extrañeza del posadero disiparon su sonrisa de un soplo. Por primera vez ese día, Verónica se sintió observada. Los presentes la miraban, es cierto, todos estaban un poco intimidados por la escena, pero no era eso, era otra cosa. Verónica lo sabía, había cazado con la manada y sus instintos se habían agudizado: esa era la mirada de un depredador. Apurada salió de la posada y miro a ambos lados, era ya tarde y estaba oscuro, pero no había un alma en la calle. "¿Randall?, ¡Randall cabrón hijo de puta, sal de dónde estés o te retuerzo el pescuezo!" gritó con la furia que le quedaba, mientras pretendía esconder el temor. "Randall, por favor... ¿No habíamos prometido que iríamos juntos?", suplicó luego. La noche sólo trajo silencio y miradas expectantes desde el interior de la posada. Verónica estaba nerviosa por primera vez en mucho tiempo, algo estaba mal y debía avisar a la manada, así que echó a andar, cojeando y a prisa, hacia casa de los Hamrleiff. Ella había cazado de noche, se había acostumbrado a la oscuridad, pero hoy parecía más negra que nunca. Cada callejón escondía un monstruo al acecho. Entró a casa de los Hamrleiff y cerró la puerta tras ella, apoyándose en ella como si un oso tratase de echarla abajo.
La casa estaba a oscuras, pero eso no era raro, en ocasiones el círculo organizaba ritos nocturnos para sus fieles más veteranos, aquellos que más personas habían traído a la manada. Se acercó a la mesilla junto a la puerta, la que siempre aguanta el candil que les recibirá con la primera vela. Pero palpó la mesa y no había nada. Definitivamente algo iba mal, el candil siempre está ahí menos cuando hay alguien en casa. Pero en esos momentos está encendido. Sólo entonces Verónica se percató de un olor muy familiar, el olor ocre de los cerdos; el olor a matanza. Pero ya era tarde. Verónica sintió una punzada a su espalda, un frío gélido en las piernas, y escuchó el golpe seco de sus rodillas contra el suelo. Sabía que su sangre se derramaba, pero no podía tan siquiera tapar la herida, no podía moverse. Entonces escuchó un relincho que de nuevo la transportó a su horrible pasado gris. Junto a ella estaba Trisha, desplomada en el suelo. Su mejor amiga respiraba costosamente por la rendija rojiza y burbujeante abierta en su cuello. Un poco más allá Orvar, inerte, embarrado en su propia sangre y con los dedos de sus manos desperdigados por la habitación. Verónica intentó extender la mano hacia uno de ellos, pero entonces una bota manchada lo pisó con un golpe que quedó lejos de poder llamarse "seco". Fue como quien pisa un gusano, desagradable a la vista y al oido. El par de botas siguió su camino hasta la cama grande del matrimonio, que estaba un poco más allá. Verónica apenas alcanzó a alzar la vista, y aun cuando lo hizo sólo vio la sombra sentada en la cama. Dos ojos turquesa observaban. No eran los de una persona sino los de un monstruo, y sabía que no era como aquellos que acechaban en callejones, no, era un monstruo mucho más real. En su mano tenía un cuchillo curvo, una gota verde recorrió la hoja. O al menos eso le pareció antes de perder el sentido. Mientras se sumergía en la oscuridad, Verónica alcanzo a escuchar: "Ah... Vegy, Vegy... Eres una puerca, y más vale que relinches como tal". Aquellos recuerdos malos de su infancia volvían uno a uno, ya no eran grises. Ahora, incluso los malos le parecían un lienzo coloreado con pinceladas de luz. Entre ellos, a veces recuperaba la consciencia para ver sus uñas siendo arrancadas, o sus dedos cortados; luego volvía a sumergirse en aquel maravilloso sueño. ¡Aahhhh...! Que tonta había sido... Es cierto que no eran perfectos, pero en aquellos días tenía todo lo que uno podía desea: Familia, un hogar... No tenía ninguna preocupación. Incluso en Bayas-rathu tuvo a su hermano. Luego al porquero y su familia, y a los Hamrleif. Quizá debía haberlo pensado un poco más con respecto a la manada, pero también ellos eran buenos a su manera. Aunque lo ignoró, sabía que aquel sello ardiente no era algo bueno, pero ¿no era, acaso, la prueba de pertenecer al grupo? Los ojos de Verónica volvían a estar llenos de lágrimas, y aunque veían un paraíso lejano, sus oídos aun podían escuchar su propio relincho ahogado. Y para su horror, éste también le recordó al de un cerdo.