Post by sestum on Aug 29, 2021 22:54:11 GMT 1
Biblioteca I. Un soporte
Pocos eran los verdaderos mercenarios que quedaban en las ciudades, la guerra se los había llevado todos al frente y era imposible encontrar a alguien que no fuese un niño o un abuelo con achaques. Si no fuese porque las espadas pesan demasiado para ellos, seguramente también se los habrían llevado.
Todo ello había hecho especial mella en El Cruce, no solo la guerra socavaba los ánimos generales, si no que además, los escándalos de los héroes habían desbaratado las bases sobre la que había crecido la ciudad en los últimos años. Supongo que por ello la taberna era más un duelo de miradas en un concurso de depresión insuperable.
Sea como fuere, aquel día aparecieron Julio y Jacinto, el primero un hechicero que, por familiar, había tomado una araña y, el segundo, un iniciado del Dios Sol. Aquellos fueron quienes me ayudarían en esta tarea a cambio de quinientas monedas de cuño habitual.
En principio, el trabajo debía ser sencillo: acudir a Portón y recoger un cargamento de pieles para llevarlo a Bayas Rathu, pero, como todo en Theia, nada funcionaba bien y siempre había complicaciones.
Iniciamos la partida a medio día, estando el poblado tan solo a unas horas de la ciudad, llegaríamos antes del anochecer, mas no por ello, al cruzar el Río Libre, nos encontramos con pocos problemas, pues fueron bastantes los bandidos que intentaron asaltarnos. Supongo que eran libres, pero, a decir verdad, no veo mucha diferencia entre unos y otros.
Así, hubimos de despegarnos del camino empedrado que lleva a Augusto y su terrible destino para remontar el río en dirección al poblado, que alcanzamos en un relativo agradable paseo. El panorama fue desolador... El pueblo se encontraba sumido en una pobreza notoria, no por la destrucción de la guerra, si no por el contraste que el desvío de recursos y personas había producido en el lugar. Era obvio que había visto días mejores.
Los aldeanos nos recibieron con suspicacia para comentarnos que no tenían pieles que darnos porque los trasgos habían robado las reses. Al parecer, la tribu siempre había rondado la zona desde hace años, robando algunas cabezas de ganado por un lado u otro, pero esta vez, debido a la escasez de hombres para defender la aldea, habían conseguido sumirlos casi en la hambruna, quedando tan solo un par de vacas para todo el pueblo y, siendo lecheras, no iban a matarlas.
Por supuesto, no nos quedó otra que ir en rescate del mencionado ganado, debiendo hacer frente a unos esqueletos que decidieron en ese momento atacar el poblado. Eran solo cuatro, pero el ambiente de lucha contra la necrópolis hacía pensar lo peor. En cualquier caso, nos dirigimos a la cueva que no indicaron y parecía conocer Jacinto.
Tras unos días de viaje por caminos secundarios, llegamos al lugar. Era claro que estaba habitada porque el tránsito de humanoides había dejado evidentes huellas, restos, una senda y excrementos alrededor de una entrada en que había de esforzarse para saber si la peste venía de la cortina de musgo que cubría la oquedad o de las heces acumuladas alrededor.
Haciendo acopio de valor, entramos desbaratando las tablas que confeccionaban la puerta y recibimos la primera oleada de trasgos. Luego vino otra. Luego avanzamos hasta un cruce y nos rodearon... Poco a poco, con esfuerzo, Jacinto al frente y apoyando con mi arco junto a Julio, pudimos abrirnos paso hasta lo que parecía su dormitorio.
La sala era redondeada, irregular por sr una cueva, pero más o menos redondeada. Observamos el fuego en que se cocinaba carne de res, las pieles de vaca y caballo que hacían las veces de catre, los canastos robados y demás enseres. Nos preparamos para la batalla final, pues Jacinto había detectado el alma corrupta del líder gracias a sus dones divinos y una flecha certera inició el combate.
Durante unos minutos de tensión, lso trasgos salieron en tropel contra el iniciado, rodeándolo hasta hacerlo caer, escuchándose sus mazas retumbar contra su dura coraza. Los gritos de aquellos seres inmundos eran ensordecedores. Hubo varios fogonazos de magia, incluso llegaron a rodearme a mí. Descargas fotovoltaicas acabaron con los que quedaban y, tras un momento de calma inquieta, Jacinto se levantó aturdido.
Miramos alrededor, estábamos rodeados de trasgos muertos. De fondo se escuchaba a otros huir corriendo. Avanzamos. Vimos el trono del líder, escuchamos las corrientes de agua subterránea y, en un recodo, el mugido inconfundible de una vaca.
Aunque nos costó, llevamos las vacas de vuelta al poblado, dónde los aldeanos nos confesaron que guardaban un cargamento de pieles para cambiar por comida. Lo recogí en nombre de la Casa Hugin y, tras descansar, lo monté en un disco flotante y remontamos el Río Libre para llegar a Bayas-Rathu por el oeste.
He pagado un plus a los mercenarios por su buen desempeño. Ahora el librero está tratando las pieles para sacar la vitela... Lo siguiente es conseguir la lana...
Eliandor Asdrolendel, Pionero de la Casa de Lorlendil.
Eliandor Asdrolendel, Pionero de la Casa de Lorlendil.