Bennett nacido en el año 353, en una pequeña finca de Klenth, durante una noche en la que el cielo se ilumino en una cortina radiante producto de una lluvia de estrellas fugaces que emanaban luz a la par que una luna semi destruida en el cielo especialmente brillante. Su madre, con una profunda devoción a los Dioses, lo considero una señal y lo ofreció a Pholtus de la luz brillante. Nombrándolo Bennett Luc Reinhardt, siendo el tercer y último hijo. Pero también el más favorecido por parte de su progenitora Dayanne Reinhardt, originaria de Lual-Thyr según dice ella, escriba regia y de carácter fuerte. Su padre, Aáron Reinhardt, un habilidoso pero humilde herrero originario de un pequeño pueblo cercano a Klenth, siempre vio ensombrecido su carácter ante Dayanne, de carácter simpático y jovial. Sus dos primeros hijos, Herrid y Jehanne, crecieron bajo una rigurosa educación de parte de Dayanne, mientras que Herrid como primogénito aprendió el oficio de su padre, Jehanne se interesó más por la alquimia y el estudio de “otras” artes y termino abandonando Klenth a los dieciséis años, aunque nunca se dijo o se proclamó en voz alta, Jehanne sabía que no era la favorita de su madre y quizá sentía incluso vergüenza de esta.

   Desde el nacimiento de Bennett, Dayanne no pudo ocultar su favoritismo por su tercer amado hijo, pese a esto, le crio con dureza y rectitud. Desde niño fue inculcado en el respeto y la devoción a los Dioses. Su madre le enseño a escribir y leer a temprana edad y de niño leía obsesivamente como estudio y como entretenimiento. Si se interesó por el oficio de su padre, este nunca lo supo, pues Dayanne no permitiría que Bennett fuese un simple artesano y aspiraba para él, algo más grande. A los once años le asigno un instructor para que lo entrenara en el arte del combate a la par que continuaba con sus estudios, también le educo en modales, el trato cortes y otros menesteres que no suelen tener los hijos de los herreros. A causa de esto, Bennett creció y se crio con todo lo que necesitaba, con un fuerte carácter similar al de su madre, una educación firme y una brújula ética arraigada en el deber, la tradición, la autoridad, el orden y las costumbres, profundamente devoto de los Dioses del valor, de la justicia, el honor, la autoridad y de la luz. Especialmente de Pholtus. Su madre le contaba historias de grandes ciudades, enormes metrópolis y Dioses magníficos, que, según ella, eran los mismos Dioses de Theia con otros nombres y aspectos. Dayanne le conto a su hijo el orden y la magnificencia del lugar del que ella realmente procedía, un lugar lejano en el tiempo y el espacio conocido como la Costa de la Espada, en una ciudad a la que ella llamo “la Ciudad de los Esplendores”, a su vez el origen de descendencia. Esta información privilegiada, solo fue dada a su hijo predilecto y ambos pactaron nunca hablar de ello con otros, ni si quiera con su padre, ni sus hermanos.

   A los dieciséis años, la misma edad que tenía Jehanne cuando se fue de casa. Bennett era ya un joven de modales exquisitos, porte regio y una personalidad abrumadora que rivalizaba con su atractivo físico. Para mayor orgullo de Dayanne, Bennett comenzó su instrucción bajo el mando del clero de Pholtus para convertirse en un clérigo de su congregación. En el templo, el carácter y la personalidad forjadas durante su infancia le hicieron destacar rápidamente, con una profunda devoción que rozaba el fanatismo, ideales perfectos de un Pholtan. En su adoctrinamiento, también destaco en su habilidad en encontrar la verdad, en el estudio de artefactos sagrados y el uso del cielo como un patrón para encontrar lugares y orientarse. Compartiendo el afán de destruir y erradicar la oscuridad, la no muerte y las aberraciones. Durante su estadía en el templo, apoyo abiertamente en opinión la actuación de la orden de Klenth en la purga en Lual-Thyr y siguió de cerca los acontecimientos concernientes a dicha ciudad como la coronación del Rey Rokham I y su edicto de pena de muerte, así como la caída de Augusto y el intento de asedio a su ciudad natal. En el año 373, casi finalizando su preparación en la clerecía, expreso su complacencia en la unión de la ciudad estado de Klenth a Lual-Thyr. Bennett se ha declarado a sí mismo en favor de la inquisición bajo el justo dogma de Pholtus, en la actualidad y presente de Paugran. Su iniciación oficial esta próxima, aún queda por demostrar su valía y su lugar en el mundo.

    —Nacido bajo un manto de estrellas fugaces y la luz de la intensa de la luna, se dice que su nacimiento estuvo predestinado. ¿sería por eso que se ha convertido en el favorito de su madre? —Reclamaba con ira y tristeza la voz de una chica.

   —No es mi preferido, es el más desgraciado, pues ha sido señalado por los Dioses y he debido ofrecerlo a ellos. — Respondió una voz más madura y más segura. —Ha nacido bajo su luz y el me lo ha de arrebatar. — replico de nuevo.

   —No tienes que jugar el juego del destino, ni de los Dioses madre, el destino es lo que nosotros hacemos de él ¿no lo ves? Es solo un niño y nosotros también lo éramos. — Respondió la otra voz con tristeza.

   —Lo son… son mis hijos, todos. Pero… el destino es lo que es y por ello, he de cuidarle, debo protegerlo, enseñarlo y prepararlo. La luz de mis ojos… Tú en cambio, eres libre, pues no conoces la sentencia de un destino señalado sobre ti… —

   —Mi destino, lo escojo yo y nadie más… — Sin decir nada, cogió una pequeña valija y salió de la casa, desde ese día, hace ya varios años, no se volvió a ver a Jehanne en Klenth.

   Bennett un joven pelirrojo de llamativos ojos verdes escuchaba a escondidas la discusión entre su madre y su hermana, no podía creerlo, pues sus dos personas favoritas se estaban peleando por su causa. ¿Por qué? Se preguntó. No pudo evitar llorar aquella noche, cuando inesperadamente vio partir a Jehanne. Si bien era cierto que le molestaba de vez en cuando y le había puesto aquel mote espantoso. Disfrutaba de la compañía de su hermana y sus ocurrencias. Era una desvió ocasional de sus obligaciones y estudios. Salir a montar a caballo con su padre, Herrid y Jehanne, eran ocasiones que se daban cada vez con menos frecuencia. Amaba a su madre, pero no entendía el porqué de aquella obsesión con los libros, con el estudio, con los Dioses. También era cierto que, en realidad aquello no le molestaba, adoraba leer, devoraba libro tras libro con ferocidad. Escuchaba atento las enseñanzas de su madre. Quizá pasaba más tiempo con ella que cualquiera de sus dos hermanos. A eso se refería Jehanne, por eso lo odiaba, pensó.

   Cerro los ojos se giró sobre sí mismo en la cama, quedando boca arriba, despejo su mente del presente y tras ello, la volvió a llenar de recuerdos lejanos, las muecas de su hermana en el comedor, las caricias y coscorrones ocasionales. ¿Eran muestras de cariño o de odio? Su hermana le odiaba por ser el favorito de su madre, por eso se fue. Su mente volvió a llenarse del amargo presente, abrió los ojos se encontró con el techo tenuemente iluminado, giro la cabeza y observo la ventana por donde se colaban débiles rayos de luz que iluminaban casi con ternura la habitación. El joven se incorporó y fue andando hacia la ventana, como si esperara encontrar la respuesta en la luz que se colaba por ella. Alzo la vista y observo de dónde provenía la luz. Una luz que iluminaba con uniformidad la calle y bañaba noblemente los techos de las casas. Entonces la vio, era la luna. Parcialmente destruida, con sus aureolas tenues pero brillantes. ¿de verdad había sido bendecido bajo la luz de la luna? Pensó. El Bennett ¿Qué tendría de especial? Solo era un chico común entre cientos. ¿Habría sido entonces la luna la culpable de que su hermana lo odiase tanto? Confundido, con dolor y sumido en la tristeza, apoyo la cabeza en el alfeizar interior de la ventana, se dejó llevar en sus pensamientos y sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido.

   Su corazón se estremeció, sus ojos solo veían ahora el intenso resplandor y su alma parecía estar ardiendo dentro de su cuerpo, sin dolor, pero con una sensación de un fuego frio y metálico, que no quema pero que oprime. Sus sentidos parecían haberse incrementado, como si una mortaja de oscuridad que les cubriese fuese desterrada. Abrió su boca para hablar y entonces a la vez que sus palabras se formulaban y escapaban de su lengua, despertó. —Lo prometo — dijo el muchacho mientras abría los ojos. Se llevó pesadamente una de las manos al rostro y la paso por el mismo para espantar el sopor. Parpadeo varias veces y se incorporó con lentitud. Aún se encontraba en la ventana, todo había sido un sueño.

   —Pero se sintió tan real — exclamo en voz alta y observo de nuevo por la ventana, aún era de noche, no parecía que hubiese pasado mucho tiempo. Necesitaba asegurarse, cruzo la habitación rapidez y sin dudarlo abrió la puerta. La casa se encontraba a oscuras, pues a esas horas solían apagar las velas. Su madre solía dejar pequeños frascos con musgo luminoso por el pasillo. Avanzo con premura y subió casi al galope y exigiendo lo que sus piernas le daban las escaleras que daban al estudio de su madre, pues sabía que la encontraría allí. Se topó de bruces con la enorme puerta y su complicado mecanismo, producto del ingenio de su madre y las manos prodigiosas de su padre. Se llevó las manos al pecho y extrajo la llave que le colgaba del cuello, la introdujo en la cerradura y apenas se abrió, subió corriendo las escaleras de caracol.

   Observo la estancia, siempre iluminada, los planetoides y esferas de plata colgaban del techo emitiendo suaves destellos y allí bajo la tenue luz, se encontraba su madre. Gozaba de la reputación de ser una mujer dura, de fuerte carácter. Pero allí, aquella noche y bajo la luz de la luna que se colaba por las ventanas y creaban destellos en los globos metálicos, Bennett pudo ver un rostro desencajado de alguien que se ha quedado dormido llorando. Apretó el puño con rabia, cerró los ojos y ladeo la cabeza buscando calma interna. Despejo su ira y poso amable pero firmemente una mano en su hombro. — Madre… — alzo la voz el niño.

   Dayanne abrió los ojos poco a poco y dándose cuenta del estado en el que estaba, intento disimularlo. —Bennett… ¿Qué haces despierto? Te sientes mal ¿no puedes dormir? — Pregunto ella con sinceridad, mientras rodeaba con su mano cálida el rostro del niño. —Estoy bien — contesto el niño y llevo su mano también hacia el rostro de su madre, poso el pulgar sobre la parte baja de uno de sus ojos y mientras deslizaba con amabilidad el dedo, apartando las lágrimas, le dijo.

   —No llores… no, llores por Jehanne, madre. Sé por qué has hecho, ahora lo sé, con certeza. Tus cuidados, tus enseñanzas, tu protección. —

   —¿lo entiendes? — respondió interrogante Dayanne, aunque con el tono de quien se da cuenta, de que han descubierto un secreto. Los ojos verdes de ambos se encontraron aquella noche, como si ambos supieran de que hablaba el otro.

   —Prometo ser fuerte, prometo ser diligente, prometo ser todo lo que esperas, eres mi guía, mi consejera y mi amiga. Tampoco llorare más por Jehanne. — Dayanne observo con comprensión a su hijo y le estrecho entre sus brazos como si temiera que algo o alguien se lo arrebatara.

   —Lo sé, Bennett, hijo mío, será que será así, siempre lo supe… — Se incorporó y reuniendo toda la fortaleza de la que fue capaz, sonrió para su hijo, pues muy en el fondo la partida de Jehanne le dolía, pero también le dolían las frías palabras de Bennett, aun así, le comprendía. Le cogió de la mano y le dijo —hora de ir a la cama, mañana tienes lecciones que atender — El muchacho asintió y mientras andaban, le pregunto…

   —Madre… ¿Cómo se llama el Dios de las dos lunas? — el corazón de Dayanne parecía haberse resquebrajado en ese momento, quizá como si todas las anteriores palabras fuesen solo un preámbulo, pero la pregunta fuese la caída del telón.

   —Pholtus… el de la luz brillante — Le respondió Dayanne con la voz de quien instruye. Antes de que el muchacho dijese nada y observándole de nuevo a los ojos le dijo. —Naciste bajo su luz… y por eso te nombre Bennett Luc, naciste bajo su luz y… —

   —y moriré bajo su luz. — culmino la frase el muchacho, asintió con agradecimiento y continúo andando mientras decía —Lo prometo —.